Por Redacción, Tu nombre en la portada.
En términos puramente estilísticos, se puede considerar La casa en París como una obra maestra de orfebrería. Cada detalle está cuidado hasta la exquisitez, cada situación está pulida hasta dejarla resplandeciente; parecería que cada palabra está tallada a conciencia. Pero conformarse con este prodigio de escritura sería perderse lo mejor, quedarse deslumbrado por el brillo del talento literario sin saber descifrar lo verdaderamente importante de la novela de Elizabeth Bowen…
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Por Javier Roma, Marginalia.
En un momento de esta espléndida novela se intercala una reflexión de signo autoral que introduce un margen de prudente distanciamiento ante los cómodos reduccionismos en que se puede incurrir a la hora de emitir un juicio: Lo que la señora Michaelis opinaba de Max y sobre las razones que este tenía para querer casarse con Naomi serían sin duda ciertas… en el caso de que Max pudiese ser prensado dentro de un libro igual que una flor. Pero era evidente que tenía un grosor y que no podría ser prensado sin perder su forma…
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Por Carmelo López-Arias, El semanal digital.
Pre-Textos ya había publicado de Elizabeth Bowen (1899-1973) Siete inviernos, y continúa con La casa en París divulgando la obra de esta autora dublinesa, nacida de padres protestantes en la Irlanda católica, colaboradora del espionaje británico durante la Segunda Guerra Mundial, y no precisamente fiel a su marido: su biógrafa, Renee C. Hoogland, desvela aventuras tanto con hombres como con mujeres, a pesar de lo cual el matrimonio se mantuvo en pie hasta la muerte de él…
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